Me gustaría ser un interruptor. El interruptor de una pequeña habitación donde la gente acostumbrase a ir a llorar. Sentir con un simple roce la llamada de aquellos que quieren verse iluminados en su soledad o, por el contrario, que lloran en silencio, desapareciendo por unos instantes de éste mundo para que nunca nadie se entere de que están sufriendo. Pero yo lo sabría aunque nunca podría decirlo, y por eso confiarías en mi.
Y es que qué fácil es ganar la confianza con el silencio. Somos recipientes de nuestras propias emociones y de las de los demás, creo que a veces compartimos aquellas que nos han confiado porque las hemos llegado a sentir demasiado, tanto que se convierten en nuestra propia alegría, nuestra propia tristeza. ¿Pero por qué hablo de esto? Ni siquiera tengo demasiado claro si lo pienso. Quizás por eso me falta el aire, porque mi torre se inclina peligrosamente.
No es tan perfecta como usted. Perdóneme, señor interruptor, por verme así día a día. Por no considerar nunca si tu estancia es agradable a mi lado porque no pudiste elegir, porque nadie te preguntó. Perdóneme por hablar de estas tonterías... seguro que no querría que todos pensasen que estoy loco por su culpa, por pensar que en vuestro repetitivo y sencillo movimiento existe algún tipo de sentimiento. Perdóneme, es que me faltaba el aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario