sábado, 31 de marzo de 2012
Señor Interruptor
martes, 27 de marzo de 2012
Te odio
sábado, 24 de marzo de 2012
Un día de tu vida
viernes, 23 de marzo de 2012
Pulgas tras el velo, Tercer acto
Despierto. Sé que es de día, y todo parecería perfecto si en aquel agujero en el que me encuentro las ratas no durmieses a costa del calor que mi cuerpo desprende. Con esos ojos me quedé dormido, y no soñé con ellos pero otra vez los recuerdo cuando se abren los míos. Una soga cae a mi lado, ellos dicen que es otra oportunidad de seguir vivo, pero yo sé que es otra oportunidad para poder ver lo que admiro. Qué emoción y cuánta desazón, si pudiese escribirte algo, nunca sería que me enfrenté a la muerte sólo por mis deseos de volver a verte, aunque nunca llegue a conocerte.
Nadie está contento y para mi no hay tiempo, en el escenario me colocan, posición de poca visión, y ya te siento lejos. No recuerdo en el momento en el que veo al usurero con su dinero, al cura con su sonata... y me acuerdo de mi máscara de porcelana. Si mi ojos hablasen todo habría terminado, ¿cómo puedo haberla olvidado? Ya es tarde para abandonar la función a tiempo, me toca adelantarme y me niego pero siento el empujón tanto de los que desean presumir como de los que desean mi perdición. Alzo la vista y, ante el horror del público al ver mi rostro verdadero, yo intento buscar los dos luceros que necesito para que ésta noche no me sienta maldito. Y con ellos me cruzo no muy lejos de primera fila, me quedo hipnotizado hasta que caigo en que debo dejar de verlos, pues no puedo evitar susurrar que te quiero.
No puedo aguantarlo. Abandono todo lo que me rodea y vuelvo a ese pozo donde ellas me esperan con mi bien más preciado, la causa de mi estupor y enfado. Caigo precipitadamente y me hago daño, pero me arrastro hasta ella como una serpiente en busca de una presa, como las sombras en busca de la razón. Ya la tengo, la calzo en mi rostro y recupero el aliento, todo se calma con el frío tacto de la seguridad, sabiendo que aún podré utilizar la falsedad para que nadie sepa que, bajo esa máscara, hay un alma que sueña.
Me tumbo en el suelo contento, y al poco tiempo me invaden los bostezos. Tengo miedo, y no sé cuánto tiempo más podré quedarme. Por favor, ayudadme.
Basado en la analogía de los relatos de Damián Astarte.
lunes, 12 de marzo de 2012
Cuando suene el despertador
sábado, 10 de marzo de 2012
El rostro de mis sueños
viernes, 9 de marzo de 2012
Quizás me olvidé de llorar
La vida es demasiado corta como para desperdiciarla haciendo algo útil. A veces me pregunto por qué nacimos tan privilegiados de nacer con criterio propio y, sin embargo, preferimos que nos manejen y que nos acerquen el cucharón a la boca. ¿Quién nos ha hecho tan confiados como para creer que alguien velará por nosotros? Cómo es posible que en éste mundo la probabilidad de sentirte sólo es directamente proporcional a la cantidad de gente que te rodee. Por qué tenemos un amor en cada libro, cada canción y cada lugar aún por descubrir, y elegimos el amor que nos espera en el fondo de una copa de vino picado, en la presión de una jeringuilla cargada de heroína o en la desfigurada forma de los píxeles de la televisión.
Todos estos pensamientos, aunque aparentemente inconexos, todos pertenecen a ese mundo de mi cabeza en el que hay un cartel en la valla que reza: "No pasar, peligro de muerte". Durante todo éste tiempo creí que los había desterrado de mi reino, pero lo cierto es que me estaban conquistando con desesperante astucia. La felicidad, que era la representante de mi pueblo aclamaba que su rey hiciese algo, pero en vez de ello, el monarca prefirió sentarse en su trono y aguardar. Ahora no hay nadie. Quizás me olvidé de llorar.
Antaño hubo alguien que me dijo que llorar era una silenciosa purificación del alma, que la naturaleza es sabia y no nos creó sin un sistema para deshacernos del veneno que nosotros mismos habíamos creado. Y que, cuando notase que mis dedos temblaban a descompás del viento, cuando mis ojos amaneciesen oscuros y perdidos, o cuando estuviese demasiado cansado para respirar, quizás lo más sabio era llorar. Abaratar cada palmo de tierra para regarlo con las esperanzas de alguien que desease un mundo mejor.
La vida es demasiado corta como para desperdiciarla haciendo algo útil.
Pulgas tras el velo, Segundo acto
"Abro los ojos cuando cae la noche. Creo haber soñado que me ahogaba, pero la realidad era aún peor: la actuación comenzaba. Me liberan de los grilletes y me levantan tras patearme bajo la manta, me dan mi sombrero, mi espada, y mi querida máscara de porcelana. Hoy no quiero salir, creo que no me encuentro bien o quizás no quiero estar aquí, hasta que una sombra me dice "Ven" y toma mi mano con suavidad, como si fuese una calamidad.
Allí están todo ellos, no aplauden mi presencia, me desprecia la audiencia. El acto continúa con mis tristes palabras, aprendidas a lo largo de los años entre cuadros, libros y baladas, sabiendo que agradan a las ratas que no ven más allá de su nariz, que al igual que yo, olvidaron lo que es vivir. Paseo la mirada por la expectante grada que sólo observa mi reflejo, y entonces distingo dos luceros a lo lejos. No son luces, tampoco velas, son dos ojos que me observan, y entonces me detengo desbocado por la sorpresa de que alguien se haya fijado en mi rostro, que haya roto la cáscara y contemple lo que hay bajo la máscara. Observo mis manos, hasta hace un instante oscuras y sin talante alguno, ahora otra tonalidad es la que cobran, y las escondo de las sombras. Pero no he sido lo suficientemente rápido y me apartan con apremio, coartan mis pensamientos con sus gritos y me lanzan al pozo con los grillos. Mis manos vuelven a ser negras, y pienso que me gustaría rozar la Luna, al menos con una de ellas.
Los insectos cantan mi soledad mientras medito, y me quedo dormido perdiendo el hilo de mi esperanza. Quizás ésta noche sueñe con esos ojos. Quizás mañana amanezca y la realidad sea mejor que mi sueños. Eso es lo que deseo... solo eso"
Basado en la analogía de los relatos de Damián Astarte.