Me di cuenta de que en el otro lado del espejo ya no hay ojos que me valoren. Intento no ser desagradable pero, ¿cómo puedo saberlo? Sólo veo un pulpo con sus tentáculos en una sola dirección: el pasado. Intenté ayudarme de la razón para retirar las dagas que con astucia clavaste en mi cuerpo mientras dormía, enajenado por las mentiras. Ahora un reguero de sangre deja las huellas de mi triste camino, ardiendo de tal manera que abre el único camino al infierno, sin poder siquiera mirar atrás.
Creí que había dejado de creer en lo incondicional, pero en realidad he evitado que siga existiendo. He olvidado cómo eran unos ojos sin fuego ni oscuridad, ahora sólo veo esos que me mostraste la última vez que nos vimos. Y es que ya da igual lo que piense, indiferente es quien intente razonar que no tengo la culpa de mi propia perdición, prefiero que sea así antes de reconocer que algún día perteneciste a mi vida.
Pero aún me perteneces. Eres como una moneda de valor incalculable, lo suficientemente degradada como para venderte, pero lo suficientemente nítida como para resurgir en mis pesadillas cada noche. Eres una maldición desconocida que me abrazará en la tumba, impidiendo que mi alma eche a valor cuando no me quede nada por hacer en este mundo.
Y porque eres imposible de olvidar, será más fácil olvidarme de mi.