martes, 31 de enero de 2012

Olvidándome de mi.

Al levantar, lo primero que ha tocado el frío suelo ha sido mi alma destrozada. La he observado pensado que no acontecen tiempos como para repararla, ni lo deseo. Nunca he sido muy amigo de las decoraciones, pero así me recuerda que confiar es un plato que se tiene que probar dos veces antes de pagarlo.

Me di cuenta de que en el otro lado del espejo ya no hay ojos que me valoren. Intento no ser desagradable pero, ¿cómo puedo saberlo? Sólo veo un pulpo con sus tentáculos en una sola dirección: el pasado. Intenté ayudarme de la razón para retirar las dagas que con astucia clavaste en mi cuerpo mientras dormía, enajenado por las mentiras. Ahora un reguero de sangre deja las huellas de mi triste camino, ardiendo de tal manera que abre el único camino al infierno, sin poder siquiera mirar atrás.

Creí que había dejado de creer en lo incondicional, pero en realidad he evitado que siga existiendo. He olvidado cómo eran unos ojos sin fuego ni oscuridad, ahora sólo veo esos que me mostraste la última vez que nos vimos. Y es que ya da igual lo que piense, indiferente es quien intente razonar que no tengo la culpa de mi propia perdición, prefiero que sea así antes de reconocer que algún día perteneciste a mi vida.

Pero aún me perteneces. Eres como una moneda de valor incalculable, lo suficientemente degradada como para venderte, pero lo suficientemente nítida como para resurgir en mis pesadillas cada noche. Eres una maldición desconocida que me abrazará en la tumba, impidiendo que mi alma eche a valor cuando no me quede nada por hacer en este mundo.

Y porque eres imposible de olvidar, será más fácil olvidarme de mi.

A las armas, mis valientes.

Durante toda esta crisis, hay gente que ha cometido atentados contra la humanidad monstruosos, daños difícilmente irreparables e impagables. Sí, impagables, no hay nada escrito en las leyes que pueda igualar de alguna manera lo ocurrido, y tampoco hay ningún castigo escrito en la moral ni en nuestros corazones que nos dejase vivir en paz.

Por eso me pregunto constantemente, ¿a qué viene ahora el pacifismo? Incluso si se consiguiese poner cualquier tipo de pena, por muy dura que fuese, a gente como Jose María Aznar por su famosa "Ley del suelo" o al jurado que declaró no culpable al señor Francisco Camps (en ambos casos dudo que se consiguiese algo), ¿quedaríamos a gusto con nosotros mismos y nuestra labor? Posiblemente vivirían muy bien en la cárcel, y cuando saliesen de ella vivirían aún mejor. ¿Acaso es eso lo que queremos? Porque yo no, ni mucho menos.

No necesitamos que nos paguen por lo que han hecho. Lo que necesitamos es que devuelvan lo que han robado y desaparezcan. Si no pueden pagar de ninguna manera el mal que han sembrado, lo que tienen que hacer es dejar de existir y poder vivir un poco más tranquilos sabiendo que al menos esa persona no hará nada más. A la mierda los derechos humanos, han demostrado de sobra que ellos son dioses, que nos miran por encima mientras ajustan la solapa de su americana y que los milagros no existen, y en su lugar sólo hay dinero. Dinero.

Porque cuando hay una plaga de cucarachas no las echamos de casa, llamamos al exterminador y tomamos medidas para que no vuelva a ocurrir. Y eso es lo que hay que llevar a cabo, la definitiva exterminación de la corrupción y que a su vez sirva como ejemplo de a lo que se atiene cualquier persona que esté pensando en seguir su ejemplo. No hay derecho a la vida cuando es a costa de los demás, cuando la confianza que se deposita en ti se convierte en un arrepentimiento, y sobre todo, cuando ignoras la voz del pueblo al que repugnas.

No quiero que penséis que incito a la gente a que se arme, se una y comience una orgía de sangre. Quiero que lo sepáis.